domingo, 19 de febrero de 2012

La increíble pero cierta historia de Hector y Aquiles, parte 2: la venganza

Tales pensamientos revolvía en la mente de Hector. Sin moverse de aquel sitio, cuando se le acercó Aquiles, igual a Enialio, el impetuoso luchador, con el temible fresno del Pelión sobre el hombro derecho y el cuerpo protegido por el bronce, que brillaba como el resplandor del encendido fuego o del Sol naciente. Héctor, al verle, se puso a temblar, y ya no puedo permanecer allí, sino dejó las puertas y huyó espantado. Y el Pelida, confiando en sus pies ligeros, corrió en seguimiento del mismo. Como en el monte el gavilán, que es el ave más ligera, se lanza con fácil vuelo tras la tímida paloma, ésta huye con tortuosos giros y aquél la sigue de cerca, dando agudos graznidos y acometiéndola repetidas veces, porque su ánimo le incita a cogerla, así Aquiles volaba enardecido, y Héctor movía las ligeras rodillas huyendo azorado en torno de la muralla de Troya. Corrían siempre por el camino, fuera del muro, dejando a sus espaldas la atalaya y el lugar ventoso donde estaba el cabrahígo; y llegaron a los dos cristalinos manantiales, que son las fuentes del Escamandro voraginoso. El primero tiene agua caliente y lo cubre el humo como si hubiera allí fuego abrasador; el agua que del segundo brota es en el verano como el granizo, la fría nieve o el hielo. Cerca de ambos hay unos lavaderos de piedra, grandes y hermosos, donde las esposas y las bellas hijas de los troyanos solían lavar sus magníficos vestidos en tiempo de paz, antes de que llegaran los aqueos. Por allí pasaron, el uno huyendo y el otro persiguiéndole: delante, un valiente huía, pero otro más fuerte le perseguía con ligereza, porque la contienda no era por una víctima o una piel de buey, premios que suelen darse a los vencedores de la carrera, sino por la vida de Héctor, domador de caballos. Como los solípedos corceles que toman parte en los juegos de honor de un difunto corren velozmente en torno de la meta donde se ha colocado como premio importante el trípode o una mujer, de semejante modo aquellos dieron tres veces la vuelta a la ciudad de Príamo, corriendo con ligera planta. Todas las deidades los contemplaban. Y Zeus, padre de los hombres y de los dioses, comenzó a decir:
-¡Oh dioses! Con mis ojos veo a un caro varón perseguido en torno al muro. Mi corazón se compadece de Héctor, que tantos muslos de buey ha quemado en mi obsequio en las cumbres del Ida, en valles abundosos, y en la ciudadela de Troya; y ahora el divino Aquiles le persigue con sus ligeros pies en derredor de la ciudad de Príamo. ¡Ea!, deliberad, ¡oh dioses!, y decid si le salvaremos de la muerte o dejaremos que, a pesar de ser esforzado, sucumba a manos del Pelida Aquiles.
(...)
El divino Aquiles hacía con la cabeza señales negativas a sus guerreros, no permitiéndoles disparar amargas flechas contra Héctor; no fuera que alguien alcanzara la gloria de herir al caudillo y él llegase segundo. Mas cuando en la cuarta vuelta llegaron a los manantiales, el padre Zeus tomó la balanza de oro, puso en la misma las dos suertes de la muerte que tiende a lo largo -la de Aquiles y la de Héctor, domador de caballos-; cogió por el medio la balanza, la desplegó y tuvo más peso el día fatal de Héctor, que descendió hasta el Hades.
(...)
Héctor, engañado por la diosa Atenea, se detuvo, plantó cara a Aquiles y exclamó:
(...)
-No huiré más de ti, ¡oh hijo de Peleo!, como hasta ahora. Tres veces di la vuelta, huyendo, en torno de la gran ciudad de Príamo, sin atreverme nunca a esperar tu acometida. Mas ya mi ánimo me impele a afrontarte, ora te mate, ora me mates tu.
Tras un valeroso combate, Héctor perdió la vida a manos de Aquiles.
Para celebrar la muerte de Héctor, Aquiles ató a Héctor ( ya sin vida) en su carro de batalla y lo arrastró públicamente para deshonrarlo, tal como refleja este otro fragmento ( en concreto el canto 22) de la ilíada:

¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Ya que los dioses nos concedieron vencer a ese guerrero que causó mucho más daño que todos los otros juntos, ea, sin dejar las armas cerquemos la ciudad para conocer cuál es el propósito de los troyanos: si abandonarán la ciudadela por haber sucumbido Héctor, o se atreverán a quedarse todavía a pesar de que éste ya no existe. Mas ¿por qué en tales cosas me hace pensar el corazón? En las naves yace Patroclo muerto, insepulto y no llorado; y no le olvidaré, en tanto me halle entre los vivos y mis rodillas se muevan; y si en el Hades se olvida a los muertos, aun allí me acordaré del compañero amado. Ahora, ea, volvamos, cantando el peán, a las cóncavas naves, y llevémonos este cadáver. Hemos ganado una gran victoria: matamos al divino Héctor, a quien dentro de la ciudad los troyanos dirigían votos cual si fuese un dios.


Dijo; y para tratar ignominiosamente al divino Héctor, le horadó los tendones de detrás de ambos pies desde el tobillo hasta el talón; introdujo correas de piel de buey, y le ató al carro, de modo que la cabeza fuese arrastrando; luego, recogiendo la magnífica armadura, subió y picó a los caballos para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Gran polvareda levantaba el cadáver mientras era arrastrado: la negra cabellera se esparcía por el suelo, y la cabeza, antes tan graciosa, se hundía en el polvo; porque Zeus la entregó entonces a los enemigos, para que allí, en su misma patria, la ultrajaran.


Así la cabeza de Héctor se manchaba de polvo. La madre, al verlo, se arrancaba los cabellos; y arrojando de sí el blanco velo, prorrumpió en tristísimos sollozos. El padre suspiraba lastimeramente, y alrededor de él y por la ciudad el pueblo gemía y se lamentaba. No parecía sino que la excelsa Ilión fuese desde su cumbre devorada por el fuego. Los guerreros apenas podían contener al anciano, que, excitado por el pesar, quería salir por las puertas Dardanias, y revolcándose en el lodo, les suplicaba a todos llamándoles por sus respectivos nombres:


Dejadme, amigos, por más intranquilos que estéis; permitid que, saliendo solo de la ciudad, vaya a las naves aqueas y ruegue a ese hombre pernicioso y violento: acaso respete mi edad y se apiade de mi vejez. Tiene un padre como yo, Peleo, el cual le engendró y crió para que fuese una plaga de los troyanos; pero es a mí a quien ha causado más pesares. ¡A cuántos hijos míos mató, que se hallaban en la flor de la juventud! Pero no me lamento tanto por ellos, aunque su suerte me haya afligido, como por uno cuya pérdida me causa el vivo dolor que me precipitará al Hades: por Héctor, que hubiera debido morir en mis brazos, y entonces nos hubiésemos saciado de llorarle y plañirle la infortunada madre que le dio a luz y yo mismo.
Fragmentos extraídos de "la ilíada" de Homero.

3 comentarios:

  1. ¿Parte 2? ¿y la parte 1?

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  2. Es que esta historia es tan buena que hay que contarla como una película buena donde primero te cuentan el final y después el principio, solo que en vez de ser una película cualquiera es nada más y nada menos que... "La increíble pero cierta historia de de Héctor y Aquiles".

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  3. Muy buena aportación Gil.
    Muy buena idea la de ir a las fuentes originales, y muy buena la selección de textos.
    Esperamos con ansiedad la primera parte.

    Y al hilo de todo esto, y como de costumbre, unas dudas:
    ¿Aquiles, un héroe? ¿un héroe Héctor?

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