martes, 20 de diciembre de 2011

Entrevista a Primo Levi (PARTE 1)

UN GRAN LUCHADOR
Primo Levi regresó a Auschwitz, donde estuvo internado de febrero de 1944 hasta la liberación del campo en enero de 1945, dos veces en su vida: en 1965 y en 1982. En la segunda oportunidad lo hizo acompañado por un grupo de estudiantes y profesores de instituto, representantes de la comunidad judía y cargos electos de la provincia de Florencia. En esta vuelta al campo de concentración le hicieron una entrevista, y éstas son algunas de las preguntas:


- Ya estamos aquí. ¿Qué efecto le produce volver a ver estos parajes?
Todo es diferente, han pasado más de cuarenta años. Polonia salía entonces de cinco años de una guerra espantosa, era el país de Europa que probablemente había sufrido más por culpa de la guerra, que tenía el mayor número de víctimas, no sólo judíos. Además, en estos últimos cuarenta años el mundo se ha renovado en todas partes. Yo atravesé estos campos invernales y la diferencia es total, porque el invierno polaco era, y sigue siendo, un invierno duro, no como el invierno al que estamos acostumbrados en Italia. Aquí la nieve se mantiene durante tres, cuatro meses, y nosotros no podíamos, éramos incapaces de resistir el invierno polaco, como prisioneros o sin ser prisioneros. Yo recorrí estos campos como un ser a la deriva, como una persona desesperada y perdida, en busca de un baricentro, de cualquiera que fuera capaz de acogerme. Era verdaderamente la desolación hecha paisaje.


- Estos rieles y los trenes de mercancías que vemos pasar, ¿qué siente al verlos?
Pues resulta que precisamente los trenes de mercancía son el desencadenante, lo que me causa mayor impresión, porque aún hoy cuando veo un vagón de mercancías, y aún más si subo a uno de ellos, me produce una violenta impresión, los recuerdos regresan, en fin, mucho más que al volver a ver paisajes y lugares, incluso Auschwitz. Haber viajado cinco días seguidos en un vagón de mercancías sellado es una experiencia que no se olvida.


- Esta mañana me hablaba de algunas sensaciones que le produce la lengua polaca.
Sí, también es un reflejo condicionado, al menos, es decir, en mi caso. Yo soy un hombre que habla y escucha; el lenguaje de los otros me afecta mucho, y suelo o procuro utilizar correctamente mi lengua de italiano. El polaco era esa lengua incomprensible que nos había recibido al final del viaje, pero no era ni mucho menos el polaco de la población civil que escuchamos hoy en los hoteles o en boca de nuestros acompañantes. Era un polaco zafio, vulgar, trufado de injurias e imprecaciones, y nosotros no comprendíamos aquello; era realmente una lengua infernal. El alemán lo era todavía más, desde luego; el alemán era la lengua de los opresores, de las matanzas, pero mucho de los nuestros -yo, entre otros- lo comprendíamos a retazos, no nos era desconocido, no era la lengua de la aniquilación. El polaco sí era la lengua de la aniquilación. Sin ir más lejos, ayer noche en el ascensor dos borrachos me produjeron una fuerte impresión: hablaban como entonces, no como los que nos acompañan, hablaban soltando injurias, hablaban esa lengua que parecía estar hecha sólo de consonantes, verdaderamente la lengua del infierno.


- Decía usted que esta sensación es como la que produce el carbón, ¿no es así?
Exactamente la misma! Sin duda, también esto se lo debo al hecho de ser químico. El químico es entrenado para identificar las sustancias a través de su olor. En aquella época y también hoy, la llegada a Polonia, al menos a las ciudades polacas, está marcada por dos olores característicos que no existen en Italia: el olor de malta torrefacta y el olor ácido del carbón ardiendo. Esta es una región minera, en todas partes hay carbón y muchos aparatos de calefacción funcionan con carbón. Entre estaciones y en invierno un olor se esparce por el aire: el olor ácido del carbón. Pero para nosotros, o el menos para mí, es el olor de Polonia.


- ¿Y la gente?
No, la gente no es la misma de entonces. En aquella época no vimos a la gente. Vimos a los verdugos del Lager y sus colaboradores. La mayoría eran polacos, judíos y cristianos. Pero los polacos de la calle, los polacos que vivían en las casas, a esos no los veíamos, los divisábamos a lo lejos, más allá de las alambradas. Había un camino rural que se extendía a lo largo del Lager, pero por ahí pasaba muy poca gente. Después supimos que habían alejado a todos los habitantes del pueblo. Sí veíamos pasar los autocares que conducían al trabajo a los obreros polacos, y recuerdo un anuncio en uno de estos vehículos, una publicidad como las que veíamos en casa: "Beste Suppe, Knorr Suppe", "La mejor sopa es la sopa Knorr". Ver aquel anuncio de sopa nos producía un extraño efecto, como si nos fuera posible escoger entre una sopa mejor y otra menos buena.


- ¿Qué sintió esta mañana cuando emprendió el mismo camino, pero partiendo esta vez de un hotel?
Sentí una dislocación, casi me atrevería a decir un desmembramiento, algo imposible que a pesar de todo sucede porque el contraste es demasiado fuerte. Se trata de algo que en aquel entonces jamás hubiésemos podido imaginar que podría ocurrir: regresar a este lugar, vestidos como turistas, a un hotel de lujo o casi. Y sin embargo...


- ¿Sabían adónde irían , cuál sería su destino?
No sabíamos prácticamente nada. En la estación de Fossoli pudimos ver unos rótulos en los vagones en los que habían garabateado una indicación: "Auschwitz"; pero no sabíamos dónde quedaba, pensamos que se trataba de Austerlitz. Supusimos que estaría en algún rincón de Bohemia. Creo que nadie en Italia en aquella época, ni siquiera las personas mejor informadas, sabía lo que significaba "Auschwitz".


- ¿Cómo fue su primer contacto con Auschwitz hace cuarenta años?
Era... ¿cómo decir? Era lunarmente diferente, era de noche; era el final de cinco días de viaje calamitoso, durante el cual varias personas habían muerto en el vagón, era la llegada a un lugar del que no comprendíamos la lengua y todavía menos su razón de ser. Había unos letreros insensatos: una ducha, un lado limpio, un lado sucio y un lado limpio. Nadie nos explicaba nada o bien nos hablaban en yiddish o en polaco, y nosotros no comprendíamos nada. Es una experiencia realmente alienadora. Teníamos la impresión de hallarnos en medio de un ataque de locura, de estar..., de haber perdido la posibilidad misma de razonar. No, ya no razonábamos.


Esta la primera parte de la entrevista a un sobreviviente, a Primo Levi. Pronto la siguiente parte. Espero que les guste..........

2 comentarios:

  1. Fenomenal documento, Fran.

    Hablando de supervivencia, Primo Levi es una referencia fundamental. Y no solo de eso.
    También es la memoria, la lucidez; la salida de una situación inimaginable, y una manera más que decente de enfrentarse con ella.
    Su figura es inmensa, imprescindible.

    Seguramente por eso, en el otro blog, en el blog de FILrioSOFÍA, le hemos dedicado un espacio más que justificado.
    Allí se puede ver:
    www.filosofiariojucar.blospot.com

    Sus obras, que comienzan por ser un testimonio insustituible, terminan por convertirse un escalofriante estudio de la misma condición humana, de lo que podemos ser los humanos, de hasta dónde podemos llegar, y, probablemente lo que es peor, de lo que somos. Y Levi, supongo que como imprevisto superviviente de un escenario imposible, de imposible supervivencia y superación, no ahorra clarividencia.

    Sus obras, creo, tendrían que ser de obligada lectura.
    Si se quiere empezar con ellas, en el blog de Filosofía, hay un extracto completo de un capítulo de la justamente más célebre, 'Si esto es un hombre'.
    En PARA SABER aún MAS, el Apéndice de 1976, incluido en esa obra anterior.

    Esperamos la segunda parte de esa entrevista.

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  2. Anónimo de otro mundo22 de diciembre de 2011, 10:39

    Completamente de acuerdo con el mensaje anterior

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